Es posible que te sientas identificado en esta situación, a cualquiera de nosotros nos ha pasado alguna vez, si no muchas, que llegamos tarde a alguna cita debido al tráfico, a imprevistos surgidos en el último momento, o a que no nos hemos organizado tan bien como pensábamos. Para colmo quien nos esperaba, ya sea un amigo, pareja o jefe, nos lo recrimina, y nos enfadamos más, lo que nos impide disfrutar de su compañía o rendir de forma efectiva en el trabajo.
Habrá ocasiones en las que no podamos expresar cómo nos sentimos, por las consecuencias que tendría, pero en otras esto puede provocar discusiones y conflictos, especialmente en las relaciones más cercanas, las que antes se ven afectadas pues es donde estamos más cómodos para mostrarnos tal y como nos sentimos.
“Me molesta el tráfico, que me adelanten mal, que hablen mal de mí o mi trabajo, tener que esperar mucho tiempo en el banco porque la persona de delante está hablando de su familia con el empleado de la ventanilla, ¿sabes que tengo mucha prisa?, ¿y las noticias?, mejor no hablemos de política… Pero también me molesta cuando me equivoco, cuando no consigo lo que me propongo, cuando estallo y grito a mi pareja o hijos, ya que luego me siento muy culpable y avergonzado”.
Como bien sabes, todos estamos expuestos a situaciones que nos enfadan en nuestro día a día pero, ¿hasta qué punto dejamos que esto nos influya y perjudique?
La ira está compuesta por pensamientos, sentimientos y reacciones fisiológicas negativas, que provocan alto malestar e interfieren en nuestras relaciones interpersonales más importantes y en nuestro trabajo. Siguen una secuencia fija: primero pienso en algo e inmediatamente después me siento de una determinada manera, todo esto conduce a que reaccione acorde a este sentimiento.
Tendemos a pensar que de estos tres componentes, la emoción es el más importante. Nada más lejos de la realidad. Aunque sea el más llamativo, ya que inunda todo nuestro cuerpo, el principal es el cognitivo, es decir, los pensamientos, pues son los que activan la cadena y conduce a que nos sintamos enojados. Éstos se caracterizan por su rigidez, absolutismo y automaticidad, y están asociados a multitud de situaciones que consideramos injustas o nos ofenden. No permiten que consideremos más posibilidades que aquella en la que pensamos primero: la persona que me ha ofendido lo ha hecho adrede; y comenzamos a rumiar sobre su mala conducta y, por ende, lo mala persona que es. El problema surge cuando estamos tan acostumbrados a vivir enfadados que el mínimo pensamiento provoca una emoción muy intensa, desproporcionada, sin llegar a cuestionar lo que se nos pasa por la cabeza.
La ira facilita la categorización de las personas como malas, injustas o merecedoras de algún castigo, aunque éste sólo se pueda llevar a cabo en nuestra mente debido a las normas que rodean las relaciones interpersonales. Esta forma de pensar impide considerar otras alternativas a la conducta de los demás, nos hace vernos como víctimas y de este modo nunca aceptaremos que nuestra forma de vivir los acontecimientos es la que determina nuestra manera de reaccionar ante ellos.
Vale, reconozco que me enfado con mucha frecuencia, pero no sé cómo cambiar.
Todos hemos oído consejos sobre cómo afrontar la ira, aunque analizándolos detenidamente, es posible que incluso acaben por aumentarla. Unos nos dicen que evitemos aquellas situaciones que nos la provocan. Si bien esto puede ser útil en determinados momentos, puesto que evitaría una discusión o pelea, evitar nos impide manejar situaciones estresantes y aprender de esta experiencia.
Otros, en cambio, indican justamente lo contrario, que digamos inmediatamente qué nos ha molestado, ya que de este modo no estaremos pensando durante horas en lo agraviados que nos sentimos y así conseguiremos que en un futuro no se repita. Parece sano poder comunicar emociones, y lo es, siempre que sea de forma razonada, cosa que no suele suceder cuando estamos enfadados.
A nuestro alrededor hay un sin fin de sucesos que nos molestan y provocan nuestra ira con razón, damos por hecho que nuestras emociones están gobernadas entonces por hechos externos a nosotros, y esto no es más que adoptar una posición pasiva: soy incapaz de manejar mis emociones porque no soy responsable de ellas.
Pero tenemos que saber una cosa, somos nosotros los que nos enfadamos debido a una creencias sobre cómo deben regirse las relaciones y las normas sociales o laborales.
Los sucesos, per se, no tienen la capacidad de alterar a nadie que no esté predispuesto a ello. Si no, imagínate en un atasco de tráfico importante, hay quien reacciona pitando e insultando, otros golpean en volante, otros se recriminan a sí mismos no haber salido antes, pero también están los que tienen paciencia y saben que estas cosas pasan, sin sufrir la misma alteración que los anteriores. Si fueran los acontecimientos externos los que marcaran las emociones, todos reaccionaríamos igual ante una misma situación.
Parece fácil enumerar los errores que cometemos, y seguro que muchos de nosotros hemos intentado cambiar en algún momento de nuestra vida, cuando hemos visto peligrar algo valioso para nosotros, pero sin conseguir establecer una nueva forma de actuar y volviendo a repetir los patrones anteriores.
No te culpes más por no poder actuar de otra forma, ya que hay quien ante injusticias o provocaciones reacciona de forma distinta, se deprime y tira la toalla. Podrías aprovechar toda esta energía negativa para transformarla en el combustible necesario para superar los obstáculos e interpretarlos de una forma más constructiva, mejorar tus relaciones y estar más relajado. Te podría decir que no está tan mal cómo te sientes, siempre que no termine en algo grave, pero también que te puedes sentir mucho mejor si reduces esta emoción y la cambias por otras más agradables.
Si continuamos así, ¿cómo crees que estaremos en unos años? No nos engañemos, lo que ocurra a nuestro alrededor seguirá siendo lo mismo, pero aprenderemos a aceptar que hay cosas que no se pueden cambiar, pero sí la forma de verlas.
No podemos cambiar lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí cómo lo afrontamos, y desde la Psicología contamos con herramientas de eficacia demostrada en el autocontrol y manejo adecuado de las emociones. Requieren tiempo y esfuerzo, mucha constancia y luchar contra esos impulsos a los que hemos sucumbido durante puede que años, pero merece la pena para conseguir aquello que deseamos en la vida.
María Martínez en Clínica Vanesa Hernández